Un comunista amigo de todos
Héctor Mujica: “Yo seré periodista toda mi vida”
El primer presidente del Colegio Nacional de Periodistas compartió con Charles Chaplin y Ernesto “Che” Guevara. Por su casa desfilaron todo tipo de personalidades, enfrentó el régimen de Marcos Pérez Jiménez, fue candidato a la banda presidencial y hasta se ganó el permiso de entrar a Miraflores sin corbata
Félix R. Gutiérrez Rodríguez / @felixgr71
Basta con entrar a su biblioteca para intuir el mundo de este personaje. Cientos, quizás miles, de libros abarrotan los estantes de madera en este búnker literario de su casa ubicada en la segunda avenida con quinta transversal de los Palos Grandes, justo al frente del Colegio Schonthal, en Caracas. Su chinchorro de siempre se atraviesa en el mosaico de su literatura políglota y en su escritorio permanece intacta su máquina de escribir. El sonido de las teclas de esta vieja Olympia trasladan a cualquiera a esas noches cuando Héctor Mujica desahogaba con sus palabras a políticos, escritores, embajadores, cantantes, músicos o cualquier estrella de la época entre los años 40 y 90. No podía faltar un vaso de güisqui bien frío para imaginar una conversación con este periodista caroreño que embriagó al mundo con su simpatía y sabiduría.
—Dicen que usted es como El libro gordo de Petete
Mujica sonríe con picardía y toca su nariz aguileña. Como si un oso frontino se ciñera a una silla y vestido con su larga pijama de cuadros, toma asiento. Agita un poco su trago y empieza la tertulia con excelente dicción y con ese vozarrón que muchas veces invadió las aulas de su querida alma máter, la Universidad Central de Venezuela (UCV).
—No pretendo serlo pero mi vocación me obliga a estar informado. La sabiduría es uno de los dones que hacen a un periodista y yo seré periodista toda mi vida.
—¿Qué añora del periodismo que se hacía en sus tiempos?
—La rigurosidad, investigación y empeño de quien ejerce el oficio. Ser periodista era una labor de prestigio porque uno tenía la responsabilidad de informar pero lo hacía con ética, gran sensibilidad social y sobre todo humanismo. Actualmente la gente hace periodismo empírico y son ellos los que pretenden determinar los hilos de una sociedad a través de unos medios de comunicación cada vez más viciados. Solo los periodistas que tienen una ideología, una cosmogonía, una concepción del mundo y de la vida y un firme concepto de la moral pública, superan la condición de alienados o deificados y de instrumentos de un conjunto muy grande de factores de orden económico, político y social.
—¿Qué opina de los denominados “comunicadores populares”?
—Una aberración para la profesión. Una cosa es darle al pueblo acceso a la formación académica y en valores y otra cosa es degradar el oficio hasta la banalidad e incapacidad de los marginados. Si al periodismo como idea le siguió el periodismo como mercancía, ahora apareció un periodismo ignorante. La democracia no funciona si no se hace a los ciudadanos conscientes de sus derechos y si estos no entienden cómo ejercerla correctamente.
—¿Se perdió la democracia en Venezuela?
—En algún momento se tuvo un ápice de ella pero faltó desarrollarla, se diluyó progresivamente. Los partidos políticos de siempre, Acción Democrática, Copei y el mismo PCV (Partido Comunista de Venezuela) perdieron conexión con el pueblo y se segmentaron en intereses ilógicos y acciones mezquinas. Estos son los errores que ahora el país está pagando.
—¿Se refiere a los gobiernos de Chávez y Maduro?
—Más de una vez advertí sobre el desastre económico en el que desembocaría tanta charlatanería junta si no había capacidad para entender las necesidades del país. Las promesas de un hombre democrático, porque así se vendió Chávez en un principio, derivaron en demagogia y un autoritarismo militar más que lamentable. Y el desastre de su gestión cayó en manos del grupúsculo más radical e incapaz de su proyecto.
—Pero este dice ser un gobierno de izquierda, de donde usted viene…
—¡Carajo! Ser de izquierda significaba en mi época estar realmente al lado del pueblo, de los más necesitados, de las masas que padecen los estragos de una cúpula burguesa, para que progresen en anchas. Pero ahora la burguesía parece estar más del lado izquierdo que del otro. Es inconcebible el discurso precario, descoordinado y falaz del presidente Maduro ante un país desamparado. Si a Chávez había que ponerle un condón en la boca, a Maduro hay que ponerle dos o tres más.
—Aunque recibieron un primer golpe en 17 años: la Asamblea Nacional ahora es de la oposición…
—A buena hora. Todo episodio democrático se celebra porque es el dictamen del soberano y, si se marcó la transición, los únicos responsables de ejecutarla son los mismos venezolanos. La gente decidió que hacía falta escuchar otra voz, otra propuesta, otra solución. El Congreso siempre ha sido el espacio donde se exponen los verdaderos problemas de la gente y de allí salen parte de las soluciones.
Mujica no quita la mirada de encima. Sus pupilas azabaches se fijan en su interlocutor para dejar bien claros sus mensajes. Contundente. Así era él cuando tomaba la palabra en el Congreso Nacional, donde defendió las causas del PCV (1959-1964) y del partido Unión Para Avanzar (1969-1974).
—Fue hasta candidato presidencial pero dicen que se arrepintió de la política
—Para mí, ser gobierno no es clientelismo. Hasta 1992 estuve con el PCV. El partido en Venezuela se fue alejando de las demandas universales de libertad y cayó en el dogmatismo y la falta de comunicación. Terminó convirtiéndose en una secta, un vuelco muy fuerte y violento considerando la pluralidad y amplitud con la que había nacido en el país entre los camaradas. Pero yo me retiré con la frente en alto y el ineludible compromiso de seguir haciendo lo que más me apasionaba: informar, enseñar y generar cambios, hacer periodismo. Seguí firme a mis principios. Creo lo que digo y digo lo que digo.
—Cuando el régimen de Pérez Jiménez, solía jugarse como compadre con Pedro Estrada (director de la Seguridad Nacional) y terminó siendo castigado por su gente ¿Fue esta otra decepción para usted?
—Recuerdo que me amarraban, me montaban sobre un rin, me golpeaban, me sangraban los pies, me partieron la columna y yo todavía no tenía nada qué decir. Estrada fue mejor hombre que político. Entiendo que simplemente estaba cumpliendo un rol. Pues yo también tenía un rol y estaba muy claro en mis principios. Después de eso vino el exilio a Chile e infinidades de experiencias que me sirvieron para aprender a hacer periodismo y política.
—¿Qué le recuerda el nombre de Daniel Colmenares?
—Uno de mis verdugos. Un hombre muy atormentado y despiadado. No entiendo cómo un hombre puede hacerle tanto daño a su semejante. Lo entrevisté después de que me liberaron y no sé si encontré arrepentimiento, pero sí era una persona distinta.
—¿Después de salir le quedó más tiempo para compartir con su familia?
—Tiempo siempre hubo y, aunque poco, procuraba que fuera de calidad. A mis cuatro hijos, desde María Fernanda hasta Andreina, independientemente de que fueran de madres diferentes, les di todo por brindarles la mejor calidad de vida. Viajamos, aprendimos y crecimos juntos. Mi familia, el hogar, constituyeron siempre mi felicidad.
—Su hija María Fernanda dice que no bailaba muy bien, pero sí que cantaba muy bonito
Mujica suelte una carcajada zumbadora y después se toma un trago de güisqui. Se levanta rápidamente y da una vueltica al compás creo que de un bolero, que tararea:
—Lo importante es no dejar de bailar. La música siempre es necesaria para llevar a buen término los compromisos de la vida. Me reparto entre la música clásica y la tonada larense. Ambas me tranquilizan, ambas me ponen de buen humor.
—¿Qué significaba Carora para usted?
—Mi casa, mi terruño. Allí nací para el mundo, allí me comí mi primera arepa con suero y heredé el vicio para siempre.
—¿Y París?
—Mi otra casa. Un lugar único en el mundo, una cultura exquisita, una comida suculenta, pura gente apasionada. Allí me enamoré una y otra vez. ¡Inolvidable París!
—¿Qué sintió luego de los recientes atentados en la capital francesa?
—Un desgarro en el corazón. No concibo un mundo tan despiadado. No entiendo qué está haciendo el hombre por el hombre. Manchar de sangre a París es como clavarle un puñal a la madre de los amores. Mi pensamiento sigue estando con su gente y terminé tan afectado como ellos.
Mujica vivió gran parte de su vida en París, donde cursó estudios de postgrados en psicología, confirmó que los besos más largos del mundo se dan en la Torre Eiffel y aprendió a dominar el francés. Aparte de esta lengua romance, el profesor universitario leía muy bien en inglés, hablaba ruso y le gustaba parlar en italiano. Pero como el español no había idioma alguno, aseguraba este apasionado de las letras.
—Su hija Claudia dice que usted peleaba más la sintaxis que los novios y que en su casa había discusiones por las comas y los puntos
—¡Por supuesto! Para vivir bien, hay que escribir y hablar bien. No te olvides de una cosa. Que yo, además de comunista, soy escritor y periodista. Los escritores y los periodistas vivimos del lenguaje, utilizamos el lenguaje, ordeñamos palabras diariamente.
—¿Cuánto tuvieron que ver Neruda o García Márquez en ese afán de escribir bien?
—Fue una necesidad hasta innata, diría yo, pero hay mucho de ellos. En Chile coincidí con Pablo Neruda, y Gabo fue el padrino de la boda de mi hija María Fernanda. Ambos fueron ejemplos de esa escritura exquisita que mantiene vivo el buen español y ambos fueron grandes amigos.
—Pero su lista de amigos fue larga y de todos los colores…
—Afortunadamente en la vida acumulé experiencias que me llevaron a coincidir con nombres de talla universal: Charles Chaplin, Daniel Santos, Rómulo Betancourt, Renny Ottolina, Carlos Rangel, Sofía Ímber, el Che… Con muchos de los del patio y los de afuera se creo una bonita camaradería.
—¿Se considera simpático?
—Soy sincero. Simplemente soy como soy. A mí me gusta escuchar al otro, entenderlo y conocerlo. Aceptar al de al lado es el primer paso para formar una mejor sociedad.
—¿Y bien vestido?
—¡Claro! —Expande sus pobladas cejas y suelta una sonrisa— Hay que estar siempre buenmozo y perfumado. Si no es así, no salgo de mi casa. —Golpea con su puño el escritorio.
—Pero una vez hasta lo dejaron pasar sin corbata a Miraflores
—Privilegios que uno se gana con el oficio. Una vez que reconocen tu trabajo, todo vale.
—Tuvo fama de mujeriego. Dicen las malas lenguas que dejó más de una enamorada en la UCV
—¡Mis encantos tengo! —Lanza una carcajada— Es que yo estaba metido en política y al que hacía política siempre lo miraban más. Creo que ese era mi caso.
—¿Cómo era la UCV en la que usted estudió?
—El fortín de las ideas. Un campus no con las dimensiones de ahora pero repleta de los virtuosos de la época. La mejor universidad del país y la más cercana a su realidad. La UCV fue también mi casa, me abrió los ojos y me hizo un hombre útil para la sociedad.
—¿Qué piensa de la UCV de ahorita?
—Se congeló en el tiempo y se desangra como el país. Da dolor ver tanto despilfarro de juventud en sus aulas y tanta negligencia de sus dirigentes. La casa que vence la sombra parece resignada a vivir a oscuras. Vergüenza debería darle al gobierno nacional tener a este bastión insigne de la educación sumergido por el capricho de unos pocos delincuentes que desaprueban la formación, la academia.
—¿Hay esperanzas de mejorar para la universidad y para el país en general?
—Siempre que haya pueblo consciente, habrá necesidades de cambio. Venezuela es amplia, profunda, y tarde o temprano, sus ciudadanos la entenderán y empezarán a transformarla. Este país vale lo que vale su gente.
Nota realizada para una actividad universitaria